domingo, 25 de abril de 2010

SIMÚN.

Ya no comprendía...o tal vez sí...
el frío se acentuaba cada vez más...
el fecundo pensamiento,
acurrucado con desesperación y esperanza
en la noche,
escuchaba atentamente la voz de mi destino
fatalista.
Conocía esos enormes animales,
resistentes, impredecibles, desgarbados
y sucio.
También reconocía,
sin saber por qué;
su olor.
Insistentemente me llamaban desde la fogata,
esos hombres azulados,
en un idioma casi incomprensible,
arcaico, vetusto.
Sin embargo... empezaba a entender esas razones
que martirizaban mi ser.
La sangre recorría mi cuerpo aceleradamente,
con ímpetu espartano.
En esa ebullición casi mística,
reconocí inmediatamente los camellos,
la fogata camellera... sus hombres.
Y el simún que susurraba a mis oídos,
reclamando a mis ancestros
con ahínco,
a uno de sus hijos perdidos del desierto.

Gamal Adh Dharma.