miércoles, 9 de febrero de 2011

Mi niño...

No escondas niño, los ojos
en los cuales veo mi alma,
tus párpados cubren mi rostro,
un rostro reflejado en calma.

No cierres los ojos mi niño,
que desesperas mi pena.

No escondas esos luceros
que empañan la luna llena.

Los ojos, niño, los ojos
los empaña alguna lástima
mojados de indiferencia...

Tu rostro, niño, tu rostro...
desencajado de calma,
tus ojos son dos luceros,
que iluminan mi alma.

No...

No,
a las injusticias gratuitas,
no; al silencio inescrupuloso,
al sadismo y la arrogancia.
No, a los idiotas útiles
que comparten mis migajas,
a los necios que aconsejan,
y a las botas bien lustradas.

No,
a los campos sin su trigo,
a los niños que deambulan,
a los hombres con harapos
que soportan sin trabajo.

No,
a los mendrugos ofrecidos
como paga de los jornales,
como paga de los verdugos.

No, no, no.

Simplemente no.

Porque ya
estoy harto.